Los terrores nocturnos son un trastorno del sueño que se caracteriza por producir un terror extremo y un estado de inhabilidad para recuperar la consciencia completamente. En este estado, la persona no tiene control de sus movimientos, pareciéndose mucho a una pesadilla, pero con la salvedad de que es mucho más espectacular. Estos terrores nocturnos pueden confundirse en muchos casos con el trastorno del despertar confuso o con la parálisis del sueño, dos trastornos completamente diferentes y aparecen en un momento de mucha tensión o por problemas emocionales.
Las causas y las manifestaciones de los terrores nocturnos son muchas. Hay quienes simplemente tienen miedo de la oscuridad. Otros experimentan situaciones inquietantes como parálisis del sueño o pesadillas frecuentes.
El miedo a la oscuridad y a la noche se conoce con varios nombres: nictofobia, escotofobia, acluofobia, ligofobia o mictofobia. Es muy frecuente en los niños, pero también hay muchos adultos que padecen ese temor irracional. Sentir miedo cuando hay ausencia de luz es casi natural. El ser humano tiene una visión limitada, que se reduce aún más en la oscuridad. Por lo tanto, es apenas normal que nos sintamos más vulnerables cuando no hay luz. Sin embargo, a lo largo del tiempo también se ha impuesto una fuerte carga cultural sobre la oscuridad y la noche. La mayoría de las historias de terror tienen lugar en las horas nocturnas. La palabra oscuridad también ha adquirido una connotación negativa. Se habla de “oscuridad” para referirse a la ausencia de razón, a la confusión o a los malos momentos. Por lo tanto, lo oscuro es visto por muchos, mecánicamente, como algo negativo.
Suelen comenzar entre las edades de 3 y 12 años y por lo general desaparecerán en la adolescencia. Entre los adultos ocurren con más frecuencia entre los 20 y los 30 años. A pesar de que la frecuencia y la severidad varían entre los individuos, los episodios pueden ocurrir en intervalos de días o semanas, en noches consecutivas o varias veces en una noche. La prevalencia de episodios de terror nocturno se ha estimado entre el 1% y el 6% en los niños y en menos del 1% de los adultos.
Los terrores nocturnos son más comunes durante el primer tercio de la noche, con frecuencia entre medianoche y 2 de la mañana. Los niños a menudo gritan y están muy asustados y confundidos. Golpean violentamente a su alrededor y con frecuencia no están conscientes de su entorno.
A diferencia de las pesadillas, los terrores nocturnos no provocan que nos despertemos. Aunque el sujeto parezca despierto e incluso tenga los ojos abiertos, en realidad estará dormido mientras ocurre: el niño (o adulto) grita de forma súbita, presentando un despertar de tipo vegetativo -no consciente- con sudoración, taquicardia e hiperventilación. Puede ser difícil de despertar y rara vez recuerda el episodio al despertarse por la mañana.
Los terrores nocturnos ocurren durante el sueño no REM. A diferencia de las pesadillas (que ocurren durante el sueño REM), un terror nocturno no es un sueño desde el punto de vista técnico, sino más probablemente una súbita reacción de miedo que tiene lugar durante la transición de una fase de sueño a otra. Los terrores nocturnos son conocidos desde la antigüedad, aunque no fue posible diferenciarlos de las pesadillas comunes sino hasta que se descubrió el movimiento rápido de los ojos. Mientras las pesadillas (malos sueños que provocan sentimientos de horror o miedo) son relativamente comunes en la infancia, los terrores nocturnos ocurren con menos frecuencia según la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry.
De esta manera, el terror nocturno, es como un despertar a medias: somos conscientes de ciertas cosas del mundo de la vigilia, pero no terminamos de ser capaces de independizarnos del sueño y, muy probablemente, cuando termine el episodio seguiremos durmiendo hasta el punto de olvidar lo sucedido. Por la mañana, los niños no suelen recordar nada de sus terrores nocturnos. Los adultos, en cambio, pueden llegar a recordar un fragmento del sueño que tuvieron durante el episodio.
La parálisis del sueño es otra de esas experiencias a las que muchos temen. Como el nombre lo indica, se trata de la imposibilidad de realizar movimientos voluntarios durante el sueño. Como si estuvieras despierto, pero no te puedes mover ni establecer contacto con el entorno y se trata de una situación bastante frecuente. Los estudios indican que más del 60% de las personas tienen parálisis del sueño, al menos una vez en la vida. No comporta ningún peligro, ni tiene mayores consecuencias. Pero a pesar de que no te ponga en riesgo, esto no quita que se trate de una experiencia angustiosa y muy molesta.
Precisamente los terrores nocturnos son un trastorno del sueño que está a medio camino entre una pesadilla y la parálisis del sueño. Quien los padece queda en un estado de duermevela, sin lograr establecer una verdadera línea divisoria entre el contenido de una pesadilla y lo que está ocurriendo en la realidad. Por eso se trata de una experiencia bastante intensa y atemorizante.
Estos episodios suelen durar de 10 a 20 minutos y luego el sujeto suele volver a dormirse. El suceso ocurre durante la fase de sueño profundo en las primeras horas de la noche.
Como sucede con el sonambulismo, los terrores nocturnos se consideran una «parasomnia» asociada al despertar, es decir, una experiencia no deseada durante el sueño. Un episodio de terror nocturno puede durar desde varios segundos hasta unos pocos minutos, pero también puede extenderse durante más tiempo y suelen estar caracterizados por un miedo y terror extremo asociado a la parálisis de la persona que lo sufre, manteniéndola en un importante estado de tensión.
Entre los factores que pueden contribuir a causar los terrores nocturnos podemos citar la privación del sueño y cansancio extremo, el estrés, las interrupciones en el horario para dormir, viajes y alteraciones de los ritmos de sueño, fiebre…aunque también pueden desencadenarse por afecciones no diagnosticadas que interfieren en el sueño como la apnea obstructiva del sueño, el síndrome de piernas inquietas, algunos medicamentos, trastornos del estado de ánimo (depresión, ansiedad) o consumo de alcohol (en adultos).
¿Con qué factores se relacionan?
Las causas más habituales con las que se relacionan los terrores son:
- Antecedentes de este problema en la familia; La tendencia a padecerlo puede heredarse, el 80% de los niños con terrores tiene algún familiar con este problema.
- Desarrollo inmaduro del cerebro; Los terrores nocturnos pueden reflejar etapas del desarrollo en el que el cerebro aún es inmaduro y por eso el niño tiene dificultad para salir completamente del sueño muy profundo o despertarse, produciendo un despertar incompleto.
- La fiebre y ciertos medicamentos; Tanto la fiebre como los medicamentos pueden aumentar las fases de sueño profundo haciéndolas aún más profundas lo que puede ayudar a que puedan aparecer terrores nocturnos.
- La falta de sueño o tener horarios de sueño irregulares, puede provocar que las fases de sueño profundo sean aún más profundas y de nuevo pueden ayudar a que aparezcan terrores.
Aunque no suele ser frecuente, si se repite puede llegar a convertirse en un problema ya que puede perturbar el buen descanso, provocando un malestar importante, deterioro social, laboral o de otras actividades importantes del individuo (cansancio, vergüenza, etc.).
Este trastorno no es fácil de diagnosticar y tampoco de tratar. Pero todo indica que las prácticas de relajación, como yoga, Tai Chi o meditación, alivian considerablemente estos síntomas. En casos graves, la persona debe recibir medicamentos para inducir el sueño profundo. También es recomendable la psicoterapia, ya que son mecanismos que contribuyen a darle un mejor manejo a esta situación.
No se sabe con total seguridad qué es lo que ocasiona los terrores nocturnos, pero sí es seguro que en el caso de un niño, sufrir estas alteraciones no significa que éste tenga algún problema psicológico. Pueden deberse a una rutina del sueño inestable o insuficiente, o a una apnea ocasionada por una inflamación de la garganta que bloquea las vías respiratorias, dificultando la respiración y provocando así que se despierte de forma parcial, entre algunas posibles causas. Se ha demostrado que el factor hereditario juega un papel muy importante ya que el 80% de los niños que han sufrido alguna vez este trastorno es pariente de alguien que también lo haya experimentado, o que padeciese sonambulismo.
En el caso de los adultos, la presencia de terrores nocturnos puede asociarse al padecimiento de otras psicopatologías. Por ejemplo, en aquellos individuos que han sufrido algún tipo de estrés postraumático o de ansiedad generalizada, hipoglucemia, depresión, o incluso en aquellos que padezcan algún trastorno de personalidad.
¿Se pueden evitar los terrores nocturnos?
En primer lugar, lo más importante es tranquilizarse y esperar con paciencia a que pase, ya que tras el incidente el individuo no es consciente y vuelve a dormirse con normalidad. Si tu hijo sufre un terror nocturno lo mejor que puedes hacer es situarte cerca de él, retirar cualquier cosa que pueda suponer un peligro y hablarle con calma, sólo hay que intervenir en caso de que vaya a hacerse daño con algo, ya que un despertar brusco puede generar desorientación y confusión en el niño, provocando que le cueste más calmarse y conciliar el sueño de nuevo.
No hay un tratamiento fijo que asegure evitar los terrores nocturnos, pero dada la relación existente entre terror nocturno y pacientes con fatiga crónica, cansancio y estrés el mejor consejo que podemos ofrecerte es que tomes una rutina de sueño reparador y estable mediante la creación de un horario fijo.
Deja una respuesta