Podemos llamar Trastorno de Identidad Disociativo (TID) o trastorno de personalidad múltiple como «la presencia de dos o más identidades –raras veces más de diez- que toman el control de la conducta de una persona de forma recurrente, teniendo cada una de ellas recuerdos, relaciones y actitudes propios», definido así por el Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV). Normalmente, las diferentes personalidades no recuerdan lo que experimentan las otras, con lo que no son conscientes de su existencia. La alternancia entre las diferentes personalidades suele producirse como consecuencia del estrés.
Posiblemente, es el Trastorno mental más retratado por la ficción, desde la famosa novela de Robert Louis Stevenson «El Extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde» hasta famosas películas como «Psicosis», «El Club de la lucha», incluso la
La personalidad primaria (o la “real”) tiende a ser pasiva y depresiva, mientras que el resto son más dominantes y hostiles. Son las identidades más pasivas las que manifiestan amnesia en mayor medida y, en caso de que sean conscientes de la existencia de las personalidades más dominantes, pueden ser dirigidas por estas, que incluso pueden manifestarse en forma de alucinaciones visuales o auditivas, dando órdenes a las demás identidades.
Algunos autores hablan de la disociación como un fenómeno normal, estableciendo un continuum que va desde la disociación cotidiana y adaptativa hasta el otro extremo, donde estaría el TID.
El concepto de disociación que estamos acostumbrados a manejar implica una disminución o estrechamiento de la conciencia. En esta concepción nos encajan bien síntomas como el estupor disociativo o la despersonalización. Sin embargo la psicopatología del TID se corresponde no con una disminución del nivel de conciencia, sino con una fragmentación de la misma. En el primer caso (estupor disociativo), estamos ante una concepción vertical de los distintos estados de conciencia: de menor a mayor nivel. En el segundo caso (TID) se trata de una concepción horizontal de la disociación: hay una escisión o separación entre distintos estados de conciencia, que no tienen por qué estar a niveles distintos.
Trauma y disociación están conectados, pero esta conexión no es directa ni exclusiva. El trauma ocurrido en la infancia se ha asociado con patologías muy diversas: depresión, ansiedad, mala autoestima, dificultades en el funcionamiento social, conductas autodestructivas, trastornos de personalidad, abuso de alcohol y drogas, trastornos alimentarios, somatización, etc. Además, en las personas con diagnóstico de Trastorno de Identidad Disociativo la incidencia de abuso sexual es del 85-90%.
Aunque en el desarrollo reciente de los modelos de disociación el papel del trauma había sido considerado nuclear, cada vez cobra mayor peso la importancia de las experiencias tempranas de cuidado en el desarrollo de la patología disociativa. Diversos autores han relacionado el patrón de apego de tipo D (Desorganizado/Desorientado) con los trastornos disociativos. Los padres de estos niños muestran a su vez una alta frecuencia de historia propia de trauma y de problemas psicológicos, lo que les impide atender a las necesidades de sus niños, actuando como si esperaran que sus hijos fuesen los que les calmasen su propio malestar.
Los niños que muestran un patrón de apego Desorganizado-Desorientado (D) tienden a construir múltiples modelos del yo, que son incoherentes o incompatibles, al ver a sus madres a veces asustadas y otras agresivas, conformando una figura del cuidador como desamparado y vulnerable y al mismo tiempo como amenazadora y alternando así su propia imagen dependiendo del rol de sus madres. Si estos niños no están expuestos a un maltrato o abuso adicional, puede que estén predispuestos a presentar síntomas disociativos pero probablemente no desarrollarán un trastorno disociativo. Pero cuando se añade un trauma grave, tenemos la base para el desarrollo futuro de un Trastorno de Identidad Disociativo.