La soledad es el sentimiento que surge tras la percepción de no formar parte de nada ni de nadie, de que algo en el interior está vacío, aislado, sin sentido de pertenencia. Las personas que experimentan soledad describen una sensación de estar desconectadas del mundo, sin rumbo, con una vida carente de sentido, sin posibilidades de poder identificarse con los demás. En realidad, a nadie le gusta este tipo de soledad que aparece, generalmente, tras sufrir la pérdida de un vínculo significativo. Este estado anímico, suele representar una cárcel, cuando no es elegido, y vivirse con especial angustia. Baste recordar que en las cárceles, la pena máxima a que se somete a un preso es a la cámara de aislamiento, que no es mas que aislar al recluso del resto de internos.
Se la ha definido en psicología como «la percepción de la brecha entre lo que la persona espera de las relaciones interpersonales y lo que hubiera deseado». En la misma línea, también se ha subrayado el componente subjetivo de la soledad, ya que es un sentimiento sólo depende de si uno se siente emocional o socialmente desconectado de quienes le rodean.
El ser humano es sociable por naturaleza y desde el origen de los tiempos se constituyó en grupos para sobrevivir, no sólo física sino psicológicamente. La exclusión en las tribus, por ejemplo, era a menudo motivo directo de suicidio. Sin lazos de solidaridad el ser humano se siente más indefenso y resiste menos el estrés. Uno, cuando se sabe apoyado por los suyos camina de otra forma por la vida y tiene una certeza más profunda de la propia identidad. La situación puede llegar a ser muy frustrante si formamos parte de un grupo pero no coincidimos ni en sus valores ni en su forma de actuar, es decir, nos sentimos el “bicho raro”.
El sentimiento de soledad, por tanto, es producto de las creencias que la persona tiene y de las valoraciones que realiza acerca de su situación emocional y/o social. La soledad es un sentimiento que nos advierte de una carencia de contacto afectivo o social, pero, como casi siempre, el problema no es la sensación que sentimos, si no lo que hacemos con ella y como la gestionamos.
Numerosos especialistas en salud mental han calificado a la soledad como «la gran epidemia del siglo XXI» y cada vez se extiende más, sobre todo en las grandes ciudades, donde el contacto humano se va perdiendo progresivamente. En la ideología individualista contemporánea, mostrarse necesitado de afecto y apoyo es poco menos que un síntoma de debilidad, cuando, paradójicamente, la sensación de debilidad es justo la consecuencia de estar solo. De esta manera, buena parte de la soledad actual es consecuencia de un sistema generado hace no muchas décadas, donde los valores de colaboración y solidaridad se fueron cambiando por la competición y donde se fomentó la creencia de que las personas son entes aislados que pueden sobrevivir animicamente, en desconexión con su entorno, sin perder por ello la sensación de existencia.
La soledad nos afecta a todos en algún momento de nuestras vidas; «estoy solo» es una frase bastante frecuente. A veces, quién la dice incluso puede tener familia, amigos o un gran número de seguidores en las redes sociales,
El sentimiento de soledad es un factor perjudicial para la salud social, llegando incluso a generar consecuencias negativas en la salud psicológica, como tristeza, estrés, falta de motivación, desesperanza, angustia, miedo… Pero la soledad no sólo tiene consecuencias a nivel psicológico, si no que también hace mella en nuestra salud física, vinculándose directamente con un debilitamiento del sistema inmunológico, haciéndolo más vulnerable a todo tipo de enfermedades: debido al constante estado de alerta en el que se vive, no logramos descansar adecuadamente y nuestro cuerpo termina agotándose.
Además, una persona que se siente sola al estar más angustiada, deprimida y hostil, tiene menos probabilidades de llevar a cabo actividades físicas, con las repercusiones que esto significa para nuestro cuerpo. De esta manera, suele ser común que las personas que se sienten solas se sumerjan en un círculo vicioso: “la persona se siente sola, se deprime, y entonces se siente más sola y más deprimida”. El resultado es una pérdida de interés por el día a día y por emprender nuevas actividades que quizás le ayudarían a conocer a otras personas con las cuales podría compartir gustos y valores.
Podemos distinguir entre dos tipos de soledad: la emocional y la social.
- La soledad emocional es aquella que surge de la carencia o pérdida de una relación íntima con otra persona. Es esa sensación de vacío que nos invade cuando alguien muy importante para nosotros, ya sea por separación, muerte o cualquier otra causa, desaparece de nuestra vida. En ese momento, nos vemos obligados a sobrellevar la pérdida, pero nos encontramos perdidos y sin las referencias en las que antes nos apoyábamos para afrontar el día a día.
- La soledad social surge cuando no tenemos una red de relaciones sociales de la que nos sentimos parte y con la que podamos compartir intereses y actividades.
Se puede interpretar la soledad como una señal para actuar y, en consecuencia, a buscar relaciones de forma más activa, o bien, puede ser el motivo que nos lleve a aislarnos todavía más, en un intento de protegernos para que los demás no nos hagan daño. Un factor que parece estar relacionado con el sentimiento de soledad es la competencia social, es decir, entre otras cosas, la capacidad de las personas para manifestar sus sentimiento y opiniones. Así, suelen aparecer pensamientos distorsionados en los que la persona se convence de que no resulta amable, interesante ni digna de ser apreciada, y rechaza, por tanto, cualquier tipo de amigos potenciales con el objetivo de protegerse a sí misma del posible rechazo. La base que subyace a este tipo de creencias, suele ser el miedo a compartir, a no gustar, a mostrarse tal y como uno es… Este tipo de temores dificulta mucho la creación de relaciones interpersonales sólidas.
Perder el miedo a la soledad
Por otra parte, existe la soledad buscada, como retiro elegido durante un tiempo, para reflexionar y hacer una introspección; un repaso de las necesidades profundas. Cuando representa un refugio temporal, para elaborar las fases del duelo, por ejemplo, y preparar el camino a lo nuevo, la soledad es una compañera aceptada, que ayuda a obtener un mayor autoconocimiento: este tipo de soledad, es una parte del territorio a atravesar durante una crisis de identidad, y puede suponer una gran oportunidad para reafirmar las diferencias que nos hacen únicos.
Normalmente elegir la soledad durante algunos periodos de tiempo es positivo ya que nos brinda tiempo para alejarnos de los estereotipos y creencias que nos rodean y que en muchas ocasiones llegan a determinar nuestra vida sin apenas percatarnos de ello. Los periodos de soledad nos sirven para dar un paso atrás, mirar nuestra vida en restrospectiva y planear el futuro.
Estar solos, sin darles explicaciones a nadie, simplemente disfrutando de aquellas cosas que más nos apetecen lejos de las obligaciones cotidianas puede ser altamente terapéutico y es un ejercicio al que deberíamos someternos más a menudo, sobre todo si llevamos profesiones altamente estresantes.