Complejo de inferioridad

El complejo de inferioridad

publicado en: Psicología y Salud Sevilla | 0

El complejo de inferioridad designa a una persona que tiene una baja autoestima y la sensación permanente de no estar a la altura de los demás.

El germen del complejo de inferioridad está en nuestras creencias, y la génesis de nuestras creencias reside en las experiencias tempranas. Comentarios despreciativos de nuestros padres, burlas en el colegio o los primeros rechazos del sexo de atracción pueden ser suficientes para plantar esa semilla de la inferioridad. Cuando hablamos de un sentimiento más o menos generalizado y persistente sobre uno mismo es cuando podemos hablar de complejo.

La mayoría de personas que padecen estos pensamientos y sensaciones o las han experimentado en el pasado encuentran un gran obstáculo en superar la voz interior que les dice “no puedo”, “soy así, no puedo hacer más”… y a menudo se quedan estancadas por los efectos de estas malas experiencias.

Todos comparamos. De hecho, la comparación es una de las tareas básicas del pensamiento. Cuando somos pequeños aprendemos a conocer el mundo mediante la comparación. Mientras comparamos nos formamos una idea más precisa de lo que nos rodea. Sin embargo, el problema comienza cuando nos comparamos con los demás y realizamos juicios de valor con los que terminamos menospreciándonos. Entonces surge el complejo de inferioridad y nos sentimos más pequeños y miserables que los demás, menos valiosos y capaces que los otros.

El psicólogo estadounidense Gordon Allport definió el sentimiento de inferioridad como “una tensión duradera y perjudicial que proviene de una actitud emocional frente a las situaciones vividas”.

Una fuente importante de estos sentimientos se gestan en la infancia, cuando el niño tiene un éxito menor a sus hermanos o compañeros, nunca recibe reforzamientos positivos, etc, irá depositando pensamientos negativos del tipo “no soy lo suficiente bueno”, “todos son mejores que yo”, “soy inferior”.

Estas emociones van calando en el niño y provocan que se vaya alejando emocionalmente de sí mismo, que tienda a retraerse, a no mostrar iniciativa propia, que piense que es menos inteligente o agradable que sus pares y en definitiva que sus expectativas en la vida se reduzcan decisivamente.

Luego, a través de nuestros sesgos cognitivos, iremos fortaleciendo aquella creencia, y cada vez que nos enfrentemos a una experiencia negativa, una parte de nosotros es probable que nos diga: «¿Ves? Esto te ha pasado porque tú eres así, la culpa es tuya, porque tienes algo, algo que te hace inferior«. Ya sea torpeza, fealdad, gordura, cobardía o cualquier otro rasgo.

Nuestra creencia se fortalecerá, o mejor dicho, las fortaleceremos, y así, el complejo de inferioridad se irá haciendo cada vez más grande, poniendo límites a mi desarrollo a través del miedo: no me atreveré a intentarlo, no me atreveré a decirle lo que siento, no me atreveré a…

De esta manera, el verdadero complejo de inferioridad ocurre cuando se cumplen estos dos puntos:

  • Siempre debes ser mejor que los demás.
  • Crees que eres peor que los demás: un sentimiento general de inadecuación que no esta basado en la realidad.

Estrictamente hablando, sólo existen dos complejos y fueron postulados por el psicoanálisis: el Complejo de Edipo y el Complejo de Castración. Sin embargo, de esa jerga psicoanalítica se han derivado muchos otros “complejos”, dentro de los cuales tuvo especial calado el de “inferioridad”, planteado por Alfred Adler a comienzos del siglo XX, que se hizo famoso por su concepción del “complejo de inferioridad” y del “afán de poder”. Según Adler, existen dos tipos de complejos de inferioridad:

  • Complejo de inferioridad primario. En este caso el origen se puede rastrear hasta la infancia, cuando el niño experimenta sensaciones de debilidad y dependencia puede desarrollar una indefensión aprendida. Más tarde esos sentimientos pueden ser reforzados mediante comparaciones negativas con los hermanos, compañeros del colegio o incluso con las parejas románticas. Según Adler, existirían tres tipos de educación conflictiva para el niño:
    • Educación demasiado autoritaria: el niño no llega a sentirse apreciado y aceptado.
    • La educación demasiado consentidora: el niño no aprende el respeto por los demás.
    • Educación sobreprotectora: el niño se cría “entre algodones”.

Las tres formas pueden llevar a lo que se conoce como “sentimiento de inferioridad”.

  • Complejo de inferioridad secundario. En este caso el origen se encuentra en la edad adulta y está vinculado a la sensación, a menudo inconsciente, de ser incapaz de alcanzar la seguridad y el éxito. La persona experimenta sentimientos negativos sobre su capacidad y se siente inferior respecto a los demás, a quienes considera personas seguras y exitosas.

No obstante, sea cual sea el momento en el que surgió, el complejo de inferioridad se basa en una sobregeneralización, en juicios no racionales sobre nosotros mismos. Esa idea errónea se asienta tanto en nuestra mente que termina influyendo en nuestra vida y en la imagen que tenemos de nosotros mismos.

En cuanto al “afán de poder”, para este autor, lejos de considerar el afán de poder como algo natural en el ser humano, sería la fuente de todo sufrimiento psicológico y una manifestación psicológica de una persona que está luchando contra profundos sentimientos de inferioridad.

El complejo de inferioridad no surge únicamente por la “diferencia” sino por la incapacidad para gestionar de forma adecuada esa diferencia. No es la diversidad, sino la interpretación que hacemos de esa “diferencia” lo que genera el complejo de inferioridad. De hecho, es posible encontrar a personas que también tienen ese defecto, minusvalía, debilidad o característica especial y no han desarrollado un complejo de inferioridad sino que son seguros de sí.

Las personas que han desarrollado un pensamiento blanco y negro, del tipo todo o nada, también son más propensas a subvalorarse ya que no son capaces de apreciar las diferentes tonalidades de la vida. Estas personas, al compararse con los demás, se suelen centrar en lo negativo y casi siempre terminan sintiéndose inadecuadas o en desventaja.

Como el sentimiento de inferioridad es un sentimiento doloroso y difícil de tolerar, los humanos tienden no solo a compensarlo, sino incluso a sobrecompensarlo. El que se siente excluido quiere incluirse, incluso a costa de excluir a los demás. El que se siente humillado quiere vengarse, y el que en toda su infancia ha visto satisfechos todos sus caprichos, de adulto necesita esclavos a su lado para mantener sus sentido de importancia y poder. Así es como nace el afán de poder o de superioridad. El afán de poder no es algo natural en una persona psicológicamente estable. Es la expresión patológica de un individuo que en el fondo se siente inferior, excluido, minusválido.

Superar el complejo de inferioridad

Las siguientes estrategias son muy importantes a la hora de afrontar y superar estos sentimientos limitantes:

  1. Aceptar:
    Debemos aceptar la vida que llevamos y las circunstancias que nos ha tocado vivir. Identificar las cosas que producen malestar y los sentimientos de inferioridad nos ayudará a tomar conciencia de la situación y empezar a mejorar en lo que haga falta.
  2. Conocer nuestras virtudes:
    Es importante resaltar las virtudes, capacidades y cualidades, así como las áreas de mejora en cada una de ellas. De esta manera, es importante trabajar la autoestima. Una vez hemos descubierto nuestras propias capacidades, debemos confiar en ellas.
  3. Relativizar lo negativo:
    Relativiza los comentarios negativos que otras personas hacen de ti. Pregúntate hasta qué punto estos juicios son acertados y en cualquier caso, hay que pensar que nadie es perfecto.
  4. Actuar, no posponer:
    Es necesario afrontar los obstáculos y dificultades que surjan en nuestro camino. Aunque posponer puede ser útil en un determinado momento para reflexionar sobre una situación, no puede (ni debe) ser una forma de vida.
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Psicólogo en Sevilla

Federico Casado Reina, Psicólogo colegiado AN-07920. Especialista en Psicopatología y Salud. Tlf: 655 620 045

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