A veces no sabemos cómo disfrutar de las fiestas, pero teniendo claro qué son, podemos llegar a entender su función y la necesidad que tenemos de participar en ellas. Relacionarnos con nuestros semejantes es una necesidad inseparable del humano como ser social y las fiestas son un lugar idóneo para satisfacer esta faceta de nuestro instinto de supervivencia.
Esta necesidad de comunicación implica directamente la necesidad de tener (y pertenecer) a una comunidad: un lugar donde todos cooperen y cada uno tenga su papel y función. En este sentido, las fiestas serían un momento de reunión de esa comunidad en la que los integrantes, es decir, nosotros, sentimos un intenso sentimiento de pertenencia.
Y es precisamente éso lo que buscamos en cualquier fiesta: pertenecer a algún sitio. Dado que el mundo es tan confuso y teniendo en cuenta la cantidad de decepciones que nos podemos llevar mientras intentamos hacernos un hueco, pertenecer a un lugar donde todo son risas y bailes no está nada mal. Es más, resulta reconfortante e incluso necesario.
Cuando interactuamos en nuestros distintos círculos sociales (escuela, trabajo, amigos, familia), creamos lazos afectivos que debemos cultivar para fortalecerlos y qué mejor manera de hacerlo que saliendo de fiesta: ir a conciertos, salir al cine, frecuentar bares y fiestas con los amigos, son las satisfacciones que la vida nos puede dar para relajarnos de la rutina laboral.
Lo que coloquialmente conocemos como «fiesta» es lo que el sociólogo francés Èmile Durkheim denomina «efervescencia colectiva», que generaban los líderes religiosos, provocando éxtasis y felicidad a las personas al ritmo de cánticos y bailes que los integraban. Además, añadía, que “cuando se empieza a compartir una experiencia y esta nace en el núcleo de un grupo, se crea un enlace de energía y excitación que transforma dicha vivencia en una especie de adicción”.
Muchos especialistas en psicología social creen que bailar y moverse al son del ritmo es una manera de comunicación y de unión entre los seres humanos desde los principios de la especie. De ahí que bailar sea una de las maneras más divertidas de conseguir una conexión especial y crear lazos de unión con nuestro entorno. En las fiestas, las personas entran en un entorno ideal, nuevo y llegan a sentir que están en contacto con una energía que no viven en otros ámbitos y tienen un grado muy alto de excitación emocional colectiva.
Podemos observar, como explica el antropólogo de la Universidad de Connecticut Dimitris Xygalatas, que “en un entorno tribal el chamán hace viajar a las personas a través de experiencias que buscan el éxtasis, ese papel lo cumplen ahora los cantantes, los grupos de música o los DJs”.
Quizá por este motivo, en las fiestas se da un fenómeno que podríamos denominar como «vulnerabilidad socialmente aceptada». Por supuesto, hay que decir que el alcohol tiene algo que ver con eso. Después de unas copas (en algunos casos, demasiadas) tendemos a desinhibirnos. Aunque a veces esto puede llevar a situaciones desagradables, si lo enfocamos desde un punto de vista positivo, perder la vergüenza hace que digamos y hagamos lo que realmente quieremos decir y hacer, sin ningún tapujo. Esta situación, que a veces puede acabar convirtiéndose en un auténtico campo de batalla, por lo general lo que propicia son conversaciones intensas y sinceras sobre un tema que quizá llevaba tiempo pidiendo de salir. Son situaciones en las que la libre expresión manda y donde el miedo no tiene cabida. Ir a una fiesta nos hace sentir como niños, representa un vacío de responsabilidades y un resurgimiento de los instintos.
Por otro lado, y con relación a lo anterior, el hecho ir a cualquier fiesta es, sin ninguna duda, una forma de escapar. Y no hablamos de huir. Escapar no es de cobardes; es necesario y humano. De vez en cuando, todo el mundo desea alejarse de su realidad cotidiana y, en un contexto de fiesta, a la otra gente no le importa demasiado de dónde vienes o lo que has hecho antes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esos momentos festivos, por muy llenos de euforia que estén, duran lo que duran. Y esta es precisamente su gracia: no podemos escapar para siempre.
La forma de las celebraciones colectivas ha ido cambiando a lo largo de las décadas y, aunque su función siempre ha sido más o menos la misma, ahora quizá practicamos una mezcla de todas ellas. Lo de bailar «agarrados» queda muy lejos, pero desde la aparición del rock, los acontecimientos sociales dieron un giro enorme. A la gente ya no le asustaba hablar en voz alta. Después llegó el movimiento hippie, el pop, el punk y muchos más. Lo que todos ellos tenían en común es que reclamaban la libertad de expresión de los jóvenes, tanto corporal como intelectual, y las fiestas fueron las cunas de estas grandes tendencias sociales.
Hoy por hoy, en las ciudades europeas, el modo en que salimos de fiesta tiene también sus peculiaridades. Quizá en general se ha abandonado un poco la vertiente reivindicativa, pero aún sigue siendo una forma, en cierta medida, de rebelión.
¿Qué es lo que hace que una reunión social se convierta en una fiesta? La gente, una atmósfera relajada y de diversión y, cómo no, la música. Es este último elemento el que de hecho marca la dirección que tomará una fiesta. La música que suene determinará el ambiente reinante.
De hecho, históricamente todos los rituales que han tenido que ver con la comunión de los individuos pertenecientes a una comunidad han ido acompañados de música. Los tambores africanos, las flautas de los nativos americanos, los mantras budistas o incluso los cantos gregorianos. Todas estas celebraciones son, al fin y al cabo, fiestas (aunque tengan que ver muchas de ellas con alguna religión). Y lo que todas tienen en común es la música.
Si comparamos la tradición de estos rituales místicos y la historia reciente de la fiesta en occidente con nuestra fiesta de hoy, las diferencias no son tantas. Sustancialmente lo que cambia es a qué o a quién rendimos culto y la forma de expresión que adoptamos. Sin embargo, no deja de ser un grupo de personas enmarcados en un ritual que, con su música y las relaciones que se establecen con los demás, sirve para experimentar un momento de gloria.
Si, ya pero… ¿podré divertirme de verdad en las fiestas?
Una vez estamos ubicados en medio de una fiesta, puede que no sepamos cómo disfrutar de las fiestas, que nos aburramos, que sintamos que no nos integramos o que incluso nos sintamos incómodos. En estos momentos, podemos darnos la vuelta, abandonar e irnos a casa. Claro que ya que estamos allí, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Aquí van unos cuantos trucos para controlar ese momento de duda y disfrutar de la fiesta y pasárselo bien a pesar de todo, ya sea un concierto de rock, una ópera, una sesión de deep house o la Feria de Sevilla:
- Resiste la tentación de cancelar.
Es lo más fácil, dejarlo todo y salir huyendo. Con ello lo único que conseguirás es reforzar tu necesidad de evitar esas situaciones e ir cerrando tu círculo y hacer tu mundo cada vez más pequeño. Mientras más situaciones sociales enfrentes, más cómodo te sentirás en ellas. En ese momento, hay que mantener la calma: piensa que esto no es ningún examen que hay que superar. Sencillamente hay que dejarse llevar, relativizar y seguir interactuando con la gente que te rodea.Un pequeño truco es ir a la fiesta con un amigo que nos sirva de «apoyo» para no abandonar. - Ve preparado para empezar las conversaciones.
Podemos vernos incapaces de encontrar a nadie para hablar o no ser capaz de entablar una conversación real. Lo mejor es que tengas en mente algunos tópicos para seguir una conversación o, incluso, para iniciarla. Y no vale con lo de siempre («cómo está el tiempo», «qué haces por aquí»…) hay que dar un paso más allá y tocar temas que puedan interesarle emocional o culturalmente, como por ejemplo, una buena serie de moda, un tema de política no demasiado conflictivo, etc. - Hazte el firme propósito de hablar con dos o tres desconocidos.
Ir a una fiesta y solo hablar con la persona que conoces no te aportará mucho. Sería más interesante fomentar la interacción social con alguien a quien no conozcas, al menos cinco minutos (con cada uno de ellos). Si lo consigues, además de sentirte muy bien, hará que disfrutes y amplíes tu círculo social. - No bebas demasiado.
Aunque al principio parezca que el alcohol te abre al mundo y que superas tu timidez en menos tiempo, lo que realmente ocurre es que cada vez necesitarás más alcohol para conseguir ese estado de perenne socialización, porque el cuerpo se habituará y creará tolerancia a la bebida. Puedes empezar a tener problemas en las fiestas y dejarán de invitarte. Desde luego la culpa será del alcohol pero tu ansiedad te dirá que es por tu persona y eso precisamente no te ayudará nada.
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