El término Burn-out o estar quemado hace referencia a un tipo de estrés laboral e institucional generado en profesionales que mantienen una relación constante y directa con otras personas, máxime cuando ésta es catalogada de ayuda (médicos, enfermeros, profesores), y su origen se basa en cómo estos individuos interpretan y mantienen sus propios estadios profesionales ante situaciones de crisis. Hasta la fecha se trata de un síndrome no recogido en clasificaciones psicopatológicas internacionales aunque ha sido objeto de multitud de estudios e investigaciones. De esta manera, los colectivos más vulnerables a padecer el síndrome son aquellos profesionales en los que se observa la existencia de interacciones humanas de carácter intenso y/o duradero que se ven en la obligación de resolver los problemas que la población les plantea. De esta forma, es frecuente encontrarlo en personal sanitario (nutriólogos, médicos, enfermeras/os, psicólogas/os, psiquiatras, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales, etc.), en docentes o en la administración pública.
Esta patología, fue descrita por primera vez en 1969 por el H.B. Bradley y al principio se denominó «staff burnout», para referirse al extraño comportamiento que presentaban algunos oficiales de policía que trabajaban con delincuentes juveniles. Posteriormente, en la década de los 70, Herbert Freudenberger profundizó en dicho fenómeno e incorporó el término «Burnout» al campo de la psicología laboral. Su categorización y difusión como síndrome se debe principalmente a Cristina Maslach a partir de 1977, quien lo conceptualiza como una respuesta a un estrés emocional crónico caracterizado por agotamiento físico y psicológico, actitud fría y despersonalizada en la relación con los demás y sentimiento de inadecuación a las tareas que se han de desarrollar. Así pues, según Maslach, «es un síndrome de agotamiento emocional, de despersonalización y de reducción de la capacidad personal, que puede presentarse en sujetos que, por profesión, se ocupan de la gente«: se trata de una reacción a la tensión emocional crónica creada por el contacto continuo con otros seres humanos, en particular cuando éstos tienen problemas o motivos de sufrimiento.
Es decir, se puede considerar un tipo de estrés ocupacional, pero, aunque tenga algunos efectos morbosos comunes con otras reacciones al estrés, el factor característico del burnout es que el estrés surge de la interacción social entre el operador y el destinatario de la ayuda. Por eso se dice, que este síndrome es ‘el precio de ayudar a los demás’. Así, cuando decimos o escuchamos que un funcionario u oficinista, por ejemplo, está ‘quemado’, se trata de otra cosa distinta. El síndrome del burnout o quemamiento, está perfectamente descrito y estudiado y siempre se refiere al que pueden sufrir los profesionales que tienen por misión ayudar a los demás (médicos, enfermeras, maestros, policías, asistentes sociales, funcionarios de prisiones, etc.).
El síndrome se manifiesta en los siguientes aspectos:
- Psicosomáticos: fatiga crónica, frecuentes dolores de cabeza, problemas de sueño, úlceras y otros desórdenes gastrointestinales, pérdida de peso, dolores musculares, etc.
- Conductuales: absentismo laboral, abuso de drogas (café, tabaco, alcohol, se fármacos, etc.), incapacidad para vivir de forma relajada, superficialidad en el contacto con los demás, comportamientos de alto riesgo, aumento de conductas violentas.
- Emocionales: distanciamiento afectivo como forma de protección del yo, aburrimiento y actitud cínica, impaciencia e irritabilidad, sentimiento de omnipotencia, desorientación, incapacidad de concentración, sentimientos depresivos.
- En ambiente laboral: detrimento de la capacidad de trabajo detrimento de la calidad de los servicios que se presta a los clientes, aumento de interacciones hostiles, comunicaciones deficientes.
Se considera un trastorno adaptativo crónico, en asociación con las demandas psicosociales de trabajar directamente con personas. Se requieren al menos 6 meses de período desadaptativo, y puede ocasionarse tanto por un excesivo grado de exigencias como por escasez de recursos.
El burnout resulta de una discrepancia entre los ideales individuales y la realidad de la vida ocupacional diaria e involucra básicamente tres dimensiones:
- Agotamiento emocional: se refiere a la pérdida o desgaste de recursos emocionales.
- Deshumanización o despersonalización: desarrollo de actitudes negativas, cínicas e insensibles hacia los receptores (pacientes, clientes).
- Falta de realización personal: tendencia a evaluar el propio trabajo de forma negativa.
Este síndrome se manifiesta por una sintomatología multidimensional. Las manifestaciones clínicas más frecuentes son los síntomas emocionales, existiendo ansiedad y ánimo depresivo, expresados como desánimo y hastío. Pueden producirse en ocasiones alteraciones de conducta (absentismo laboral, abuso de alcohol, consumo de otros tóxicos, etc.).
Existen otras formas de presentación, en forma de trastornos del comportamiento, que suelen ‘salpicar’ al resto de los compañeros del trabajo y al entorno familiar. Son frecuentes las actitudes negativas, sarcásticas y poco colaboradoras, que dificultan y enturbian la dinámica de grupos normal en un trabajo en equipo. Del mismo modo, esta actitud es sufrida por el paciente, que percibe la apatía del médico, cerrándose así un círculo muy difícil de romper.
Fases del burn-out
El burn out aparece especialmente cuando el trabajo supera las ocho horas diarias, si no se ha cambiado de ambiente laboral en largos periodos de tiempo y cuando la remuneración económica es inadecuada. El desgaste ocupacional también sucede por las inconformidades con los compañeros y superiores, cuando se trata a la persona de manera incorrecta, y cuando el clima laboral no es el más adecuado. La persona que padece el síndrome atraviesa cuatro fases diferentes:
- Fase inicial, fase de entusiasmo: Esta fase aparece cuando nos ofrecen un nuevo puesto de trabajo que deseamos y en el que tenemos puestas unas buenas perspectivas de futuro. En este momento experimentamos un gran entusiasmo, parece que estamos llenos de energía e incluso no nos importa quedarnos más tiempo del habitual en el trabajo.
- Fase de estancamiento: Muy a nuestro pesar nos vamos dando cuenta de que aquellas perspectivas de futuro tan positivas que teníamos no se cumplen. Empezamos a dar vueltas a las cosas, hasta llegar al punto en el que sentimos que la relación que existe entre el esfuerzo que realizamos y la recompensa que tenemos del trabajo, no está equilibrada. En este momento tiene lugar un desequilibrio entre las demandas y los recursos con lo que parece irremediablemente un problema de estrés psicosocial, así que nos sentiremos incapaces de dar una respuesta eficaz cuando se nos planteen los problemas cotidianos del trabajo.
- Fase de frustración: Llegado a este punto, como cada vez estamos más desmotivados con nuestros trabajo y el entorno que le rodea, nos aparece irremediablemente un sentimiento desagradable como una mezcla de frustración, desilusión y desmoralización. Aquel trabajo que nos parecía maravilloso ya nada tiene que ver con lo que experimentamos ahora de él, ya no tiene ningún sentido para nosotros, nos irritamos fácilmente con cualquier cosa que surja y claro aparecen los problemas con el resto de compañeros. Las cosas comienzan a ponerse mal, incluso puede empezar a fallar nuestra salud, estamos emocionalmente mal, nos comportamos de forma diferente a coso realmente somos, e incluso nos pueden surgir problemas fisiológicos.
- Fase de apatía: La situación ya llega a ser casi insostenible y como una especie de defensa cambiamos nuestras actitudes y conductas, por ejemplo, si trabajábamos cara al público nos comportamos de forma distante con los clientes, de forma mecánica. Evitamos las tareas estresantes o directamente nos vamos para no hacerlas. Cada vez aguantamos menos por eso utilizamos los métodos de defensa.
- Fase de quemado: Ahora si que ya tocamos fondo, nuestro cuerpo decide que ya no sigue más y nos da un colapso emocional y cognitivo que conlleva importante consecuencias para nuestra salud. Esta situación nos puede empujar a dejar el empleo y arrastrarnos a una vida profesional de frustración e insatisfacción.
El punto negativo que tiene esta evolución por todas estas fases, es que el síndrome de estar quemado tiene carácter cíclico, de forma que se puede repetir en el mismo trabajo o en otros.
La prevención resulta clave en este tipo de síndromes por lo que es necesario que los sujetos atiendan componentes como la adaptación de las expectativas a la realidad cotidiana, formarse adecuadamente en las emociones, equilibrar las áreas vitales (familiar, amigos, aficiones, descanso…), entre otras cosas. A la hora de llevar a cabo un tratamiento resulta vital identificar cuáles son factores que tensionan a cada persona y abordarlos para reducirlos. Es importante tener un buen conocimiento personal de uno mismo y ser capaces de analizar las propias reacciones y reflexionar acerca de las mismas.
Por todo ello, la alternativa más eficaz sería poder analizar cada caso en particular acudiendo a una consulta con un profesional especializado en el tema. De esta manera, se puede llevar a cabo un tratamiento psicoterapéutico, entrenando al paciente y dotándole de estrategias y herramientas para que pueda identificar los síntomas identificativos así como para poder adaptarse de una forma más equilibrada a las circunstancias que le atañen.
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